EL AMOR perdido es un cadáver que se descompone en fases. Lo primero que empecé a perder de Iratxe fue su cara, que cada vez se me aparecía más difusa, con menos resolución, como un cuadro impresionista. Más tarde la niebla alcanzó mi oído: dejé de recordar primero los susurros, más tarde su voz natural y al final sus gritos y vociferios. El tacto vino después y fue la pérdida más triste, porque olvidar un cuerpo supone también olvidar el tuyo (cuando estás solo ni siquiera te das cuenta de que posees un cuerpo). Perdí también el sabor de sus labios y sin embargo todavía no he perdido todo. Aún no se ha ido. Diez años después, aún recuerdo perfectamente su olor. El matizado olor de su piel. El último clavo de su ataúd. La última ceniza de su cadáver.